Siguiendo con nuestro viaje, llegamos a la segunda escala: el puerto de la frustración

LA ISLA DE LA DESILUSIÓN. En este segundo puerto de la relación de pareja, se produce la etapa en la que poco a poco vamos descubriendo a la persona real que está a nuestro lado y vemos que no es tan perfecta como pensábamos o que nosotros no estamos a su nivel, según los valores e imágenes rígidas que tenemos internalizadas.  La idealización y la desilusión caminan de la mano de la fantasía y normalmente nos llevan al sufrimiento.

Cuando se va disolviendo la idealización, el sueño romántico, las expectativas, poco a poco se va haciendo presente todo lo que habíamos proyectado NUESTRO en el otro y que en muchos momentos, poco tiene  que ver con la persona que tenemos en frente.

Allí descubrimos por ejemplo que, algunas cosas que antes nos atraían de nuestra pareja, como  un gesto, una palabra, una actitud, ahora nos molesta, o tal vez pensamos que sería mejor que fuera de otra manera e incluso nos llega a dejar de gustar ese aspecto.

Cómo hemos construido una relación basada en una imagen  es lógico que nos sintamos engañados y frustrados y que eso nos produzca una sensación desagradable e incómoda, dónde el amor que sentíamos empieza a ser cuestionado por nosotros mismos.(Les pregunto:¿es el amor real o es el amor a la imagen que construimos?) No obstante, es importante tener en cuenta, que en lo más profundo ese malestar no está en relación con el otro, si no con nosotros mismos y con los mensajes e ideas que nos hemos construido de la persona.

También puede ocurrir lo opuesto, y es que cuando vamos conociendo a nuestra pareja real nos surja la sensación de que en realidad no estamos a la altura de la persona que tenemos en frente. En esos momentos, nos invade una gran inseguridad y mucho miedo a ser rechazados, a la descalificación y al juicio del otro y comenzamos a tener un comportamiento de constante autoexamen y control, así como también hacemos un gran esfuerzo para gustar a la otra persona, que en muchas ocasiones resulta agobiante para los dos miembros de la pareja.

En esta etapa se juegan inconscientemente los roles de padre, niña o viceversa y se actúan los condicionamientos, emociones y heridas de nuestra etapa infantil o nuestro modelo de padre / madre que hemos vivido. 

Por todo esto, este momento es bastante difícil de atravesar y en ocasiones lleva al naufragio de la pareja.

Pero en realidad la crisis, puede ser una buena oportunidad para lograr transformarnos y crecer en compañía, construyendo un camino nuevo de encuentro y satisfacción.

Aunque las respuestas más comunes en estos momentos de la relación no tienen mucho que ver con la autorreflexión y la responsabilidad de ver que me está pasando a mí con esta relación  y con esta persona. Normalmente el camino que se transita es mirar hacia afuera buscando en el otro las causas de los malos entendidos, echarle la culpa e intentar cambiarlo para que se adapte a la idea que yo tengo  de él o ella porque “mi verdad es la que tiene más peso”, o bien cambiarnos a nosotros mismos para agradar al otro.

Cualquiera de las alternativas es equivocada, ya que se sustenta en que uno de los miembros de la pareja, o ambos, tienen que actuar y convertirse en alguien que realmente no son. Esta adaptación  forzada nos hace perder el norte de lo que en realidad somos y nos llena de sufrimiento, inseguridad y angustia, tanto a nivel individual como en la relación.

En la primera época del coqueteo, en el enamoramiento, dónde cómo el pavo real  mostramos lo mejor de nosotros mismos en el intento de encantar o cautivar al otro, incluso podemos falsear aspectos propios, que a priori no tienen relevancia, para parecer más “perfectos” de lo que en realidad somos.  Esos personajes, a medida que pasa el tiempo van dando paso a las personas reales que somos con nuestras dudas, inseguridades, miedos y carencias, cómo todos. Si reconocemos que la dinámica vital está en constante cambio, transformación y evolución, podemos soltar las máscaras y atrevernos poco a poco a ser nosotros mismos.

Lo que ocurre es que nuestra cultura está manejada por imágenes y valores rígidos que nos plantean un mundo dual de patrones fijos  que se mueven entre lo bueno y lo malo sin tener en cuenta que las personas y las parejas estamos en constante movimiento y crecimiento dinámico.

Curiosamente si no se gestiona la relación desde esta perspectiva del cambio, de la verdad profunda de cada uno y desde un corazón abierto y sin juicios descalificativos de mejor o peor desde un inicio, el resultado provoca más deterioro y tal vez pueda dar lugar a la ruptura de la relación y con ello el surgimiento de esa sensación de engaño y frustración (de las qué hablábamos al inicio).

La salida consiste en revisar nuestros patrones e imágenes fijas  que nos hacen tener una idea preconcebida de cómo debe ser una pareja, de cómo tiene que ser el otro para mí o cómo tengo que ser yo para gustar al otro, impidiéndonos ser nosotros mismos; aún con el miedo a arriesgarnos a mostrar nuestra hermosa humanidad imperfecta.

Realmente, lo que se juega en la etapa de la desilusión, son las imágenes que por nuestra historia personal se han ido fijando a nivel inconsciente con relación a la idea de cada uno, de cómo tiene que ser una pareja. En estos momentos de desencuentros se van disolviendo y desintegrando todos los tópicos, dejando al descubierto lo que de manera más real somos cada uno de los integrantes de la relación y cómo estamos condicionados por los modelos vistos, vividos e imaginados.

Ésta etapa es sin duda la más interesante para crecer si somos capaces de campear las tormentas de los “debería”, los “quien tiene razón”, “cuáles son los mejores valores si los tuyos o los míos”, etc. Porque ahora después de los relámpagos, las lluvias y los truenos de cada uno,  es muy probable que puedan tener la oportunidad de ver un arco iris al abrir el corazón a construir un camino medio dónde el diálogo, la comprensión y sobre todo el amor maduro puedan hacer crecer una hermosa propuesta de convivencia llena de aventuras, como lo es tener una pareja.

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