En que consiste este viaje? En ir poco a poco contactando con aquel pequeño niño o niña que fuimos alguna vez para que nos cuente quién ha sido, cómo vivió cosas que quizás nosotros quisimos, consciente o inconscientemente, olvidar o no recordar.

Decía el Psicoanalista Jacques Lacan que “el cachorro humano” es el más frágil de los animales porque su cerebro y su motricidad tienen un desarrollo más lento de maduración que las otras especies de éste reino, con lo cual está más expuesto a los avatares de la vida.

Ocurre que cuando nace y en la primera parte de su infancia es cómo una esponja, que absorbe todo sin mucha posibilidad de discernir y asimilar lo que está pasando. Los adultos, aunque quieran estar muy atentos y ser cuidadosos, hay situaciones y espacios a los que no llegan; sencillamente porque hasta que no se estructura bien el lenguaje, el vacío de la expresión sin palabras da lugar a una ausencia que no se puede solventar.

Es ahí donde comienza todo un aprendizaje trabajoso, y es ahí también, el lugar dónde  nacen las heridas emocionales que poco a poco cobran fuerza, acompañadas  de mensajes determinados, que a veces se dicen sin saber o querer. Es en ese momento donde se forman las fijaciones, las cuales van a ir poco a poco  construyendo la coraza caracterial.

La posibilidad desde el adulto que somos, de poder recuperar al niño que uno fue, y comprenderlo poco a poco nos ayuda a completarnos y a rescatar  la energía que ha quedado atascada en esos años.

Otro punto importante es que  nos permite revisar, conocer e integrar las mal llamadas “emociones negativas”,  como puede ser la rabia, la tristeza, la envidia, los celos,… etc.

Y ¿para qué nos es necesario ese conocimiento? Para aprender cómo han sido en nosotros cada una de dichas emociones, comprenderlas, aceptarlas y aprender como adultos que somos a gestionarlas mejor, en esto consiste el proceso de maduración.

El niño no sabe, no puede, no ha aprendido, nosotros sí podemos ensayar otras maneras  y manejarlas cada vez con mayor maestría.

Otro motivo para conocer al Niño Interior que habita en cada uno de nosotros, es porque justamente en él está la fuerza y creatividad espontánea de jugar y  poder vivir desde la ilusión cada día. El redescubrirla  más allá de la edad que tengamos, nos devuelve la maravillosa fuente de vida que siempre buscamos fuera.

 El niño posee tímidamente, estrepitosamente, discretamente, silenciosamente,  esa semilla de picardía y asombro que en algunos momentos se manifiesta en nosotros. Darle espacio y  acompañarle a que nos abra los ojos a la sorpresa de los pequeños guiños cotidianos hacen que el corazón dance y la barriga también!

Los invito a experimentar este maravilloso juego, los invito al taller y a sentir la vida mientras estemos en esta tierra!

 

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